viernes, 12 de abril de 2013

Un encuentro, ergo, un asado


En la medida que vamos creciendo hay cosas que empiezan a tomar nuevas dimensiones. Las amistades, por ejemplo, empiezan a calar más hondo. Y los tiempos para encontrarse empiezan a espaciarse cada vez más. Es un hecho que el dedicarse a tal o cual ocupación –por placentera o buena que sea– suele sustraer un poco de tiempo para aquellas otras cosas que nos deleitan particularmente, como el encuentro con los amigos.
Sin embargo, los encuentros con los amigos, en la medida en que se vuelven más esporádicos, son preparados con más cuidado. Del simple mate que podía reunirnos infinitas tardes, se pasa a pensar qué vamos a comer en cada encuentro. Y qué vamos a beber, más allá del previo mate. De alguna manera, la nostalgia de las infinitas tardes permanece y vuelve, pero en un horizonte temporalmente más efímero, rodeado y acechado por las obligaciones –que, como hemos dicho, bien pueden ser buenas y placenteras.
Cuanto más cuidado se pone en esos encuentros, más recurrente es el oficio del asador. No entramos en la consideración de este sutil arte. No vamos ahora a poner en evidencia el intransigente personalismo que envuelve. No vamos a hacer comentarios sobre el hecho de que sea uno y sólo uno el que es capaz de poner la carne al fuego, esperar, darla vuelta y sacarla en el momento justo. No vamos a decir nada sobre el interesante equilibrio de servicio y orgullo que involucra tan alto y sublime ministerio. Nada sobre el asador; el tema aquí es el encuentro, ergo, el asado.
Efectivamente, el asado nos reúne entre amigos. No es la única circunstancia posible, sino la que queremos considerar. El asado expresa el sabor del encuentro; sí, ya sé, es una frase que se aplica a una bebida y a una marca, que bien puede acompañar al asado –aunque se prefiera con muy buenas razones el vino. Pero es un hecho que el sabor de la carne bien asada plasma, representa, simboliza el gusto por la reunión entre amigos que se ven después de un tiempo. Y el asado nos gusta tanto como el encuentro, o, mejor, corona ese mismo encuentro.
Una vez pasado el encuentro, la memoria se remonta tanto a la justa cocción y al indescriptible sabor compartido como, y no sin nostalgia, a las conversaciones, los recuerdos, las risas, a esas mismas miradas cargadas de vida, a los detalles de las horas compartidas, a las mismas sienes cada vez más brillantes de grandes ideas y de pequeñas realizaciones, a las mismas bromas, a alguna lágrima que el tiempo fue escribiendo, a las manos que dicen ausencias, o silencios, todo eso condensado en ese breve espacio de tiempo, tan intenso, llamado ‘encuentro’.
¿A dónde vamos con todo esto? Pues… No muy lejos. Las diversas ocupaciones evidentemente han ido debilitando el inicial ímpetu de este espacio llamado la vaca. No es que ya estemos pensando en hacer de ella un asado, ¡no! Pero sí nos damos cuenta de que la separación, los distintos quehaceres, le han ido quitando el inicial empuje.
No es tan importante, en el fondo, que sobreviva. Lo importante, en realidad, es el encuentro. Esa nostalgia viva de los amigos dice mucho más que las palabras que puedan o no escribirse. La nostalgia es, en realidad, un tema tremendo. Porque, es verdad, quizás quisiéramos vernos, con los autores, y, ¿por qué no?, también con los lectores. Un asado de por medio, no estaría nada mal. Sería un excelente encuentro, algo mucho más vivo que nuestro agonizante blog.
Y, pasado ello, sin embargo no estaríamos satisfechos. Porque el instante del encuentro, ergo, del asado, es tan profundo que abre una herida. Una herida que, por otra parte, no es para nada amarga. Porque en realidad, como no hay un encuentro que satisfaga todas nuestras expectativas, se ve que estamos llamados a otro Encuentro. Ah, sí, ese sí durará para siempre. Y ya empieza en esta vida; basta descubrirlo, en el claroscuro de la fe, cada domingo, cada día.
El asado tan preparado no es más que un reflejo de otro Encuentro que irá de sorpresa en sorpresa. Allí, a decir verdad, tendremos Quien nos reciba y nos prepare todo de una manera magistral. Quizás el sutil oficio del asador podría hacernos entrever un poco cómo es el gran Anfitrión. Pues bien, ante todo tendríamos que remover cualquier aspecto negativo que podamos observar en nuestros terrenos asadores. Pero eso ya daría tema para otro post. Por ahora, quienes se reúnan a comer en estos días, no miren nuestra (¿sana?) envidia, sino recuérdennos esperando el momento del encuentro, asado de por medio.-

sábado, 19 de noviembre de 2011

POR QUÉ NO PUEDO ESCRIBIR EN ESTE BLOG

Cada tanto se me viene una idea genial a la cabeza, pero no sé cómo escribirla. En verdad, no sé cómo escribirla por su sublimidad, que es algo parecido a su evanescencia.

Bueno, más o menos ésa ha sido la historia de mis escritos en este blog. Hace un tiempo estoy pensando qué escribir, y sabe bien la papelera de esta computadora cuántos intentos fallidos acumulé. La hoja en blanco da pavor; pero más pavor da, quizás, la hoja escrita que dice un poco menos que la que está en blanco.

Así fue como hoy, encontrándome frente a mi computadora, encontré la raíz de esta cadena de desgracias literarias. En verdad, haciendo historia, este blog nació inspirado en Enormes Minucias, de Chesterton. Lo cierto es que yo nunca, jamás, leí ese libro. ¿Cómo intentar seguir el espíritu de eso que me es absolutamente desconocido? Quizás lo haya hecho con algo de suerte en otro capítulo; con algo de suerte y una dosis de paciencia de mis amigos-escritores de este blog.

Ahora, retomar la inspiración que nunca existió, implicaba ir a buscar los textos de Chesterton. Ya vi que hay una edición nueva para comprar; pero también me encontré con otro blog que trae un fragmento de esas Enormes Minucias (y que ya fue visitado por otro de mis amigos-escritores, ¡ja!). Y leerlo fue comprenderlo todo… Ahí estaba una situación cotidiana (para un inglés) analizada con la sutileza de un cirujano, mostrada en su más ridícula faceta y empujando, como el corcho de un champagne (no se me ocurrió nada mejor) una reflexión verdaderamente profunda, clara, y vital.

Dándome cuenta de haber derramado caracteres (ya no se derrama tinta) en el vacío, caí en la conclusión de que es imposible continuar este oficio sin leer dicho libro, cuya muestra me deslumbró. Así como nadie que quisiera navegar por la literatura antigua se atrevería a prescindir del latín, o así como nadie que quisiera llevar adelante su vida se atrevería a prescindir del consejo de los mayores, o así como nadie que quisiera ser un buen cristiano se atrevería a prescindir de los sacramentos, de la Sagrada Escritura y de la caridad, así tampoco yo puedo prescindir de este libro, si quiero seguir escribiendo en este blog.

Me pregunto si, quizás, no será este impulso ciego del hacer-rápido, o hacer-efectivo, que ha invadido inconscientemente nuestra conciencia lo que nos lleva, entre tantas y tantas cosas que los invito a agregar en los comentarios, a imitar un estilo sin conocerlo, a estudiar a los antiguos sin el latín, a vivir nuestras vidas sin el consejo de los mayores, o a ser cristianos sin los sacramentos, la Biblia y la caridad. Los ejemplos coinciden, sin dudas, en dejar afuera aquellas cosas que son fundamentales para el ejercicio de cierta actividad. Si la raíz es la pereza, la soberbia o la estupidez, no lo sé. Quizás sean las tres, en diversos grados, según el caso. Pero de todo, lo que más me preocupa es que esas actitudes de base se podrían repetir en cada uno en las diversas dimensiones de su propia vida, atentando contra la genuina identidad de nuestro obrar.

Por lo pronto, no tengo otra alternativa que leer el libro, so pena de seguir derramando caracteres inútilmente. Y, seguramente, desde allí continuar la aventura de volver a las fuentes que inspiran nuestros sentimientos, actitudes y convicciones más profundas, para que resulten verdaderos.-

martes, 27 de septiembre de 2011

El que reza nunca está solo

Mons. Timothy Michael Dolan, Arzobispo de Nueva York

30 de agosto 2010

(hicimos la traducción con un amigo, espero sepan disculpar los errores)


Es cierto: "those lazy, hazy, crazy days of summer" -gracias Nat King Cole- [esos perezosos, brumosos, locos, días de verano] están entrando en la estación. Pronto, todo lo que vamos a tener serán recuerdos.

Uno de ellos se destaca para mí. Yo estaba en la costa de Jersey, en la Villa San José, en compañía de sacerdotes. Durante la cena me había quedado admirando en voz baja a uno de ellos -ahora retirado-, mientras escuchaba un intercambio de historias acerca de los destinos anteriores y los incidentes coloridos de la vida sacerdotal. Estaba claro para mí que este sacerdote en particular había trabajado duro durante más de cincuenta y cinco años en parroquias pobres, en la enseñanza, en el cuidado de los enfermos. Fue un ejemplo de sacerdote anciano que había "estado en las trincheras" y que había servido a Jesús y a su Iglesia con fidelidad.

Más tarde esa noche, estaba sentado solo en la terraza del segundo piso, disfrutando de la brisa del mar. Sonreía al ver las parejas casadas y las familias caminado durante el paseo marítimo, y tuve que admitir que seguramente sería bueno tener una esposa, hijos o nietos ahí conmigo. No es que estaba lamentando mi celibato sacerdotal, porque no lo cambiaría por nada del mundo. Supongo que solamente estaba imaginando "qué pasaría si..."

Y entonces vi al anciano sacerdote debajo de mí, en el primer piso. También él estaba solo. También él estaba mirando a las parejas y a las familias caminando. Y sentí pena por él. Este sacerdote, que se había entregado por completo como un generoso y comprometido sacerdote, estaba allí solo, en una mecedora en el porche delantero.

Fui hacia abajo. Sin embargo, cuando al ir acercándome, vi que sus labios se movían, como si estuviera en una conversación con un amigo; sus ojos estaban cerrados, aunque él no estaba dormido, porque la mecedora se movía; no parecía solitario en absoluto, porque había una sonrisa allí ...

Entonces vi el rosario en la mano, y el breviario (el libro de oraciones y lecturas diarias, la mayoría de la Biblia, que nosotros, los sacerdotes prometemos rezar todos los días) abierto en su regazo... y me di cuenta de que estaba disfrutando de la mejor compañía de todas.

Volví al piso de arriba y terminé mi cigarro.

Y recordé lo que el Papa Benedicto XVI había afirmado, al comenzar sus propias vacaciones: "quien reza nunca está solo".

lunes, 4 de abril de 2011

Buen Camino

Escribo esto luego de un largo tiempo de inactividad literaria (si la pretensión me permite llamarlo así), luego de sentirme realmente movilizado por una película que vi con mi comunidad presbiteral, risotto de por medio compartido anoche.

Y esta película trata de emprender un camino, un largo camino, un camino que muchas veces ni nos imaginamos, y encontramos en ese camino los más curiosos personajes que, a fin de cuentas, son los que van a marcar la diferencia en el corre de la vida. Así fue la historia de Tom (el protagonista) emprendiendo el tan venerable y conocido “Camino de Santiago de Compostela”. Pero también le pasa a algunos de nosotros. ¿Cuántas veces nos ponemos en camino? Y a veces sin tenerlo claro. Y sin embargo vamos, en marcha. Porque como decía un lúcido pensador: “el movimiento se demuestra andando”, y la vida es eso: movimiento, andar, siempre adelante. Camine Señora… camine, decía una conocida defensora de los derechos del consumidor.

En este camino de la vida podemos descubrir que muchas veces uno no tiene objetivos claros, ni sabe a veces por qué hace tal o cual cosa. Y en muchos casos también sucede lo del poeta: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Porque a veces la ruta no es clara, o nadie ha pasado aun por ese lugar. Otra veces el desgaste del camino nos hace bajar los brazos, sentimos que nos duelen las piernas, a veces llevamos más peso del que podemos, o peor aún, uno que no es nuestro (claro está que por diferentes motivos: exceso de equipaje, lastre de la panza… cada uno que se ponga el saco que le entre) y que simplemente sería más fácil abandonarlo todo y quedarse al costado del camino, meditando y reflexionando frases que suenan a algo parecido a: “ ¿y todo esto para qué?” “¿No se podría poner fin a este suplicio, este calvario inhumano y cruel que lo humilla a uno y lo rebaja a límites insospechados?”

Pero siempre, y misteriosamente aparece esa fuerza que hace que, aun sin ganas o “sin sentirlo”, sigamos caminando; que sintiéndonos muchas veces vencidos sigamos en movimiento, como aquello de Alma fuerte:

No te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.

Curiosa coincidencia: nuestra vaca sigue caminando, hacia algún lugar, como la vida, como la Fe. Nuestro punto de llegada, nuestro fin del camino ya lo sabemos, solo que caminarlo a veces nos desconcierta. Pero sabemos cuál es nuestro destino, cual es nuestra meta, a donde va a parar la vaca y nuestras esperanzas. Y sabemos cuál es el camino, por donde transitar: Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida: el camino que nos conduce al Padre, la verdad que nos hace libres y la vida que nos llena de alegría.

Por eso caminante… si hay camino, y uno muy largo para recorrer aunque no sepamos bien porqué. El camino sirve como la ultima metáfora de nuestra existencia, de nuestra vida. Los pasos a lo largo del trillado recorrido quizás sean nuestra guía, pero no nos esconderá de las preguntas que la mayoría de nuestras ocupadas vidas evitan. El camino ofrece muy poco para esconderse detrás. El proceso de la vida es vida a lo largo de cualquier camino, vía, sendero, recorrido en el que nos encontremos: es vida recorrida. Nuestra humanidad hacia nosotros mismos y hacia los demás, nuestras historias y nuestro futuro es lo que nos hace ser quienes somos. Pues entonces… a caminar la vida. ¡¡ Buen Camino!!

lunes, 28 de febrero de 2011

Defensa de la siesta

Es una regla general de la vida que las cosas son más valoradas cuando están distantes, ya que cuando esto ocurre, la memoria de aquello que amamos hace el deseo se agigante por la ausencia. Algo así me sucedió uno de estos días en los que estuve sin poder dormir durante un par de horas, durante los cuales pude redescubrir con humilde admiración, la grandeza del dormir y, especialmente, del dormir la siesta.

Durante mi falta de sueño, recordé que, para el hombre antiguo, todo esfuerzo solo puede tener sentido para alcanzar un descanso, deleite, una paz, que no son sino las formas concretas de llamar a la felicidad. De ahí que lo útil, es decir aquello que se busca como camino a otra cosa, solo puede tener sentido como camino a lo que se busca por su propio valor, que por ello puede ser llamado inútil.
En esta perspectiva, para ellos, el negotium no era sino la negación del otium, ya que la actividad comercial solo tiene sentido como aquello que es necesario hacer para poder dedicarse con tranquilidad a todas aquellas actividades que no producen ninguna utilidad (otium).

A la luz de ello, no es raro que todo hombre antiguo que se preciara de tal debiera dormir la siesta, como lo hizo el mismísimo Dios después de terminar su gran obra de la creación y también Jesús, mientras sus amigos luchaban contra la tormenta.


Sin embargo, existe hoy en día la idea, quizá no siempre del todo explícita, que la siesta es una actividad propia de holgazanes que pierden el tiempo. Se afirma que el tiempo es dinero y la siesta, entonces solo puede ser dinero malgastado. Por lo tanto, quien duerme la siesta, únicamente por el deseo de dormir la siesta, es un hombre inservible que derrocha el dinero y el tiempo de todos. Debería ponerse a laburar.
En nuestros tiempos parece muchas veces que lo único que importa es que el individuo produzca y que, cuando no lo hace, se dedique a consumir lo producido. Fuera de ello, nada parece tener sentido.
Como consecuencia de ello la nuestra termina siendo una sociedad en la que la producción solo tiene sentido como medio a otra producción, que, a su vez, solo tendrá sentido como medio a otra producción y así… con el absurdo resultado de un círculo de actividades que no tienen valor fuera del círculo al que pertenecen.
Así sucede con el mismo descanso, que sólo sirve para prepararse a producir más o para consumir lo que se ha producido; así sucede con el domingo, que pasa a ser el amargo preludio del lunes; así, finalmente pasa con el mismo tiempo libre, que si no es instrumentalizado para algo más, carece de sentido propio y termina por aburrir.
Todo debe ser llenado con alguna actividad, no importa lo innecesaria que sea.
Esto se debe a que la producción, al no tener una finalidad más que sostenerse a sí misma y al círculo que crea, no puede detenerse. Por ello, necesita, finalmente, generar la propaganda, es decir un sistema que busca enchufar lo que se ha producido, sin saber por que o para quien, a quien no lo necesita para que lo consuma y no quede arrumbado en un depósito, haciendo perder utilidades a quien lo fabricó.


Frente a todo esto, la siesta aparece como una pequeña y humilde revolución, que se levanta como protesta contra el mundo mercantilista en el que vivimos.
Dormir la siesta, únicamente por la alegría de dormirla, es afirmar nuestra soberanía delante del mundo de la producción que busca tragarnos y arrastrarnos a hacer algo útil.
Pero para que ésta sea auténtica la siesta debe ser el reflejo de nuestra vida entera, fundada sobre la convicción de sólo las cosas inútiles pueden ser objeto de un deseo incondicionado, es decir de un deseo que no busca nada más allá de ellas mismas.
Implica, por lo tanto, la renuncia a vivir del consumismo que busca imponernos el mundo de la producción y la aceptación de que lo más importante de la vida no puede comprarse en un supermercado, sino que sólo puede conquistarse como fruto a una vida entregada a todo aquello que aparentemente no vale.
Esta es nuestra pequeña revolución, que comienza con una siesta, pero que no puede detenerse con ella. Porque si es verdad que nos movemos por un verdadero amor a la siesta, y a lo que ella implica como expresión de la dignidad humana, debemos reconocer que todavía existen muchos hombres que no pueden dormirla, ya sea porque la vida les exige salir a buscar su plato de comida, o su trabajo, ya sea porque no tienen una cama en que dormir o una familia o amigos con quien dormirla humanamente. Por eso, puede suceder que nuestro amor a la siesta nos obligue a renunciar a ella. No porque no sea digna de nosotros, sino porque es necesario que todos puedan dormirla, sino hoy, al menos en el descanso eterno que nos espera en el cielo.

 Fundamentos cientificos

martes, 15 de febrero de 2011

Otro error

Esto de andar navegando bibliotecas puede llevarnos, fácilmente, a perder la coherencia. Tantas veces uno puede leer algo y salir a la búsqueda de más sobre eso por el mero afán de saber más sobre un autor, y poco sobre una cosa.

Las bibliotecas son, en efecto, uno de los inventos humanos más propiamente humanos, y, por lo tanto, más atractivos a las mentes que se ilusionan con hacer algo grande. Desde que hubo escritura, el empeño por recopilar textos está asociado a la grandeza de una civilización. Y aunque una y otra vez las bibliotecas desaparezcan (sea por un incendio, sea por… otras causas que no detallaremos), el hombre empezará de nuevo a juntar uno al lado de otro los rollos, papiros o volúmenes que encuentre, a veces fatigosamente, en su camino.

Pero, claro, en este deseo se puede mezclar el ansia de tener todo. Y esto está estrechamente relacionado con el hecho de producir textos por producirlos, como si escribir un libro fuera una gloria y no una responsabilidad. Así, no sería raro que dentro de 500 años (no queremos tomar ejemplos de la actualidad), cuando mucho de lo que conocemos no esté en pie, un estudioso pueda relatar:

“En la reconstrucción del texto cuyas hojas estaban dispersas bajo las ruinas de lo que fue la ciudad de…, pudimos leer, no sin esfuerzo, este pequeño poema, el cual, aparentemente, pertenecería al comienzo del siglo XXI, pródigo en barbaries:

Otro error, y me dije: de nuevo estoy al horno

en tierra extranjera, porque hablo, perplejo

(sin poder expresar eso que quiero y pienso)

una lengua inventada que se llama ‘itañolo’.

“Más allá del abuso del verso alejandrino, y del incipiente uso de la rima, manifestado claramente en el abuso de apenas la coincidencia vocálica, aun relativa, puesto que entre el segundo y tercer verso ni siquiera se realiza plenamente, lo que más nos interesa –y nos parece, sin temor a error, revolucionario– es la utilización de paréntesis.”

En situaciones análogas a la que hemos inventado, podemos escribir inmensidad de textos sobre detalles, curiosos, pero irrelevantes.

No sé si el autor del poema, más que un literato, fue un hombre que anduvo por ahí, perdido, falto de lengua para expresarse, y, por lo tanto, incapaz de un diálogo fluido, suelto, amistoso, plenamente humano. Pero sí sé que la fealdad del poema es mucho más evidente que el uso de paréntesis. O que el dato de ser extranjero es mucho más importante que la presencia de paréntesis. Es más, esta última podría explicarse porque el autor perteneció a una cultura diversa de aquella en la que, bajo las ruinas de una ciudad, quedaron sus papeles.

En fin, navegar por una biblioteca tiene sus riesgos, como toda aventura náutica. Podemos adorar el detalle y olvidarnos del conjunto. Podemos juntar y juntar datos y citas, sin importar lo que dicen. Podemos armar un discurso completo, lleno de referencias a otros, y vacío, absolutamente vacío, de contenido.

El gran dilema, parece ser, acercarse y buscar la verdad de lo dicho. Sé que dije una palabra que suena mal. ‘Verdad’; sí, la dije; y no me arrepiento. Y, dadas como están dadas las cosas, parece ser que el contrario del término ‘verdadero’ ha pasado a ser el de ‘interesante’. De una proposición lo que se espera es que sea verdadera o falsa, no interesante. Pero cuando en un discurso no queremos involucrarnos de lleno, y solamente pretendemos seguir con nuestra vida tranquila sin la pesada carga de disentir, lo calificamos de ‘interesante’. Es la mejor manera de dejar contento al interlocutor, y de volver nosotros a nuestras casas, continuando con nuestra burguesía intelectual, cómoda en el sillón de las pequeñas ideas políticamente correctas.

Porque, en el fondo, leer un libro puede insertarnos en la mente de un autor, conocer sus apreciaciones, pero, ante todo, nos tiene que llevar a pensar lo que él pensó. O sea, si no asumo la tarea de hacer mío eso que leo para pensar sobre las cosas que él pensó (sean las estrellas, el lenguaje, el arte o la termodinámica, o aún la belleza poética) y de valorar eso que dice de verdadero (lo bello lo dejamos para otra ocasión, que ese es otro tema), y eso donde no parece tan real, ¿qué sentido tiene el leer? ¿para qué el esfuerzo de estar allí, delante de un libro? ¿cuál es el objetivo de acopiarlos en bibliotecas?

Las bibliotecas son mares inmensos, dilatados, atractivos –el paraíso, según Borges–, que nos ofrecen la posibilidad de perdernos en ellos, y renunciar a ser hombres para pasar a ser máquinas de citar, o nos invitan a navegarlos, sabiendo que podemos equivocarnos, pero que también podemos ir rastreando, en las olas de sus anaqueles, las huellas de todo lo que bien han dicho los hombres sobre el mundo, sobre sí, sobre Dios, para poder nosotros mismos ser más humanos y, en vez de meramente repetir, razonar.

martes, 29 de junio de 2010

Celebrar la diversidad

Celebrar la diversidad. Qué cosa más curiosa, no? Que bárbaro. Un hermano Mayor en la Fe, un hijo de Abraham, un Pastor que conduce a su pequeño rebaño nos invita a celebrar que somos diferentes: a pasar del tolerarnos al aceptarnos, para después festejarnos. Qué cosa más notable y más simpática es que lo haya oído y, en cierta manera “descubierto” en un retiro, en mi retiro de pre-ordenación.

Uno sabe de sobra, y basta mirar al resto y pensar –y a veces hasta decirlo con alivio- “qué bueno que no hay dos iguales”, “qué bueno que soy único, diferente”. Aquí está la magia. Uno sabe de sobra y hasta en la misma naturaleza que las cosas no son iguales: no es lo mismo una zalea que una alegría del hogar, no es lo mismo un cedro que un pino, un peludo que una mulita, aunque a veces se parezcan. NO SOMOS IGUALES.

Así tampoco somos, como a más de uno le gusta decir, masa. Somos individuos y bien diversos, con sus propiedades, virtudes, defectos, con sus roles bien definidos, con un plan y una vocación pensada desde siempre para cada uno de nosotros.

Celebrar la diversidad. Celebrar que somos distintos, que el otro puede pensar diferente que yo, que otro pueda tener diferentes gustos: que sería de la humanidad si a todos nos gustara la opera, o el reagge... Mamma mia. Diversidad y reconciliación: deber y derecho de todos para todos. A no tener miedo a los otros, que no es el infierno, como solía creer y decir un famoso francés angustiado.

Así Dios nos eligió: diferente, para que seamos hijos suyos y que seamos pero diferentes pero con un centro común: Jesucristo. ¡qué linda es la diversidad! Somos una gran Arca de Noé, pero vamos todos adentro; viajemos juntos antes de que se largue a llover. Hay lugar para todos!