martes, 15 de febrero de 2011

Otro error

Esto de andar navegando bibliotecas puede llevarnos, fácilmente, a perder la coherencia. Tantas veces uno puede leer algo y salir a la búsqueda de más sobre eso por el mero afán de saber más sobre un autor, y poco sobre una cosa.

Las bibliotecas son, en efecto, uno de los inventos humanos más propiamente humanos, y, por lo tanto, más atractivos a las mentes que se ilusionan con hacer algo grande. Desde que hubo escritura, el empeño por recopilar textos está asociado a la grandeza de una civilización. Y aunque una y otra vez las bibliotecas desaparezcan (sea por un incendio, sea por… otras causas que no detallaremos), el hombre empezará de nuevo a juntar uno al lado de otro los rollos, papiros o volúmenes que encuentre, a veces fatigosamente, en su camino.

Pero, claro, en este deseo se puede mezclar el ansia de tener todo. Y esto está estrechamente relacionado con el hecho de producir textos por producirlos, como si escribir un libro fuera una gloria y no una responsabilidad. Así, no sería raro que dentro de 500 años (no queremos tomar ejemplos de la actualidad), cuando mucho de lo que conocemos no esté en pie, un estudioso pueda relatar:

“En la reconstrucción del texto cuyas hojas estaban dispersas bajo las ruinas de lo que fue la ciudad de…, pudimos leer, no sin esfuerzo, este pequeño poema, el cual, aparentemente, pertenecería al comienzo del siglo XXI, pródigo en barbaries:

Otro error, y me dije: de nuevo estoy al horno

en tierra extranjera, porque hablo, perplejo

(sin poder expresar eso que quiero y pienso)

una lengua inventada que se llama ‘itañolo’.

“Más allá del abuso del verso alejandrino, y del incipiente uso de la rima, manifestado claramente en el abuso de apenas la coincidencia vocálica, aun relativa, puesto que entre el segundo y tercer verso ni siquiera se realiza plenamente, lo que más nos interesa –y nos parece, sin temor a error, revolucionario– es la utilización de paréntesis.”

En situaciones análogas a la que hemos inventado, podemos escribir inmensidad de textos sobre detalles, curiosos, pero irrelevantes.

No sé si el autor del poema, más que un literato, fue un hombre que anduvo por ahí, perdido, falto de lengua para expresarse, y, por lo tanto, incapaz de un diálogo fluido, suelto, amistoso, plenamente humano. Pero sí sé que la fealdad del poema es mucho más evidente que el uso de paréntesis. O que el dato de ser extranjero es mucho más importante que la presencia de paréntesis. Es más, esta última podría explicarse porque el autor perteneció a una cultura diversa de aquella en la que, bajo las ruinas de una ciudad, quedaron sus papeles.

En fin, navegar por una biblioteca tiene sus riesgos, como toda aventura náutica. Podemos adorar el detalle y olvidarnos del conjunto. Podemos juntar y juntar datos y citas, sin importar lo que dicen. Podemos armar un discurso completo, lleno de referencias a otros, y vacío, absolutamente vacío, de contenido.

El gran dilema, parece ser, acercarse y buscar la verdad de lo dicho. Sé que dije una palabra que suena mal. ‘Verdad’; sí, la dije; y no me arrepiento. Y, dadas como están dadas las cosas, parece ser que el contrario del término ‘verdadero’ ha pasado a ser el de ‘interesante’. De una proposición lo que se espera es que sea verdadera o falsa, no interesante. Pero cuando en un discurso no queremos involucrarnos de lleno, y solamente pretendemos seguir con nuestra vida tranquila sin la pesada carga de disentir, lo calificamos de ‘interesante’. Es la mejor manera de dejar contento al interlocutor, y de volver nosotros a nuestras casas, continuando con nuestra burguesía intelectual, cómoda en el sillón de las pequeñas ideas políticamente correctas.

Porque, en el fondo, leer un libro puede insertarnos en la mente de un autor, conocer sus apreciaciones, pero, ante todo, nos tiene que llevar a pensar lo que él pensó. O sea, si no asumo la tarea de hacer mío eso que leo para pensar sobre las cosas que él pensó (sean las estrellas, el lenguaje, el arte o la termodinámica, o aún la belleza poética) y de valorar eso que dice de verdadero (lo bello lo dejamos para otra ocasión, que ese es otro tema), y eso donde no parece tan real, ¿qué sentido tiene el leer? ¿para qué el esfuerzo de estar allí, delante de un libro? ¿cuál es el objetivo de acopiarlos en bibliotecas?

Las bibliotecas son mares inmensos, dilatados, atractivos –el paraíso, según Borges–, que nos ofrecen la posibilidad de perdernos en ellos, y renunciar a ser hombres para pasar a ser máquinas de citar, o nos invitan a navegarlos, sabiendo que podemos equivocarnos, pero que también podemos ir rastreando, en las olas de sus anaqueles, las huellas de todo lo que bien han dicho los hombres sobre el mundo, sobre sí, sobre Dios, para poder nosotros mismos ser más humanos y, en vez de meramente repetir, razonar.

5 comentarios:

Manuel Arrieta dijo...

Muy bueno, especialmente el poema. la vaca ha resucitado. graias
c

En todos los medios dijo...

¡¡¡larga vida a la vaca!!! y a todos sus "administradores" jeje

Diego Bacigalupe dijo...

Gracias por no decir que era 'interesante'. Mi gran temor al publicar este texto era quedar prisionero de esa palabra, jaja! Y vamos, sigamos adelante. Gracias 'en todos los medios' por tu comentario. Y Manuel, si te gustó el poema, empezá a dudar de tu gusto estético, jaja!

Anónimo dijo...

Qué buen texto. Lo había leído hace un tiempo y hoy lo retomé. Interesantísimo (!), ja. Es cierto lo que decís, hay en las bibliotecas una humana e inconciente sentimiento de grandeza y trascendencia que busca el hombre en su camino. Muchas biblliotecas han sido destrozadas y, aún así, pudieron perdurar un montón de textos que llegan hasta nuestros días.


La Biblia aún persiste, no se perdió. Era lógico que en la Edad Media siguiera de pie; lo más curioso es que la Modernidad no la haya descartado.

Y otros textos, como el Fahrenheit 451 de Bradbury, nos habla de la cultura letrada, de esa instancia que tiene el hombre de tener libertad por más que esté sometido en muchos otros órdenes de la vida. Una persona que piensa, que tiene conciencia de sí, qué sabe cuál es su camino, nunca se convertiría en esclavo.

Me quedo con esa idea y también con el sueño de la biblioteca universal de Borges. Babel es google.

... Y en este tiempo donde nada se pierde, tampoco es nada lo que perdura.

Paradójico, ¿no?

Un abrazo.

Diego Bacigalupe dijo...

Adrianófanes:
Babel es Google; nunca lo había pensado.
Y la paradoja... nada se pierde - nada perdura, nunca mejor dicho, tan sintético y claro.
Quizás tengamos que empezar a hacer perdurar en nosotros lo que aunque sin nosotros perdura, y así nada se perderá -porque tiene otra base, perdurable, sobre la que apoyarse...