viernes, 12 de abril de 2013

Un encuentro, ergo, un asado


En la medida que vamos creciendo hay cosas que empiezan a tomar nuevas dimensiones. Las amistades, por ejemplo, empiezan a calar más hondo. Y los tiempos para encontrarse empiezan a espaciarse cada vez más. Es un hecho que el dedicarse a tal o cual ocupación –por placentera o buena que sea– suele sustraer un poco de tiempo para aquellas otras cosas que nos deleitan particularmente, como el encuentro con los amigos.
Sin embargo, los encuentros con los amigos, en la medida en que se vuelven más esporádicos, son preparados con más cuidado. Del simple mate que podía reunirnos infinitas tardes, se pasa a pensar qué vamos a comer en cada encuentro. Y qué vamos a beber, más allá del previo mate. De alguna manera, la nostalgia de las infinitas tardes permanece y vuelve, pero en un horizonte temporalmente más efímero, rodeado y acechado por las obligaciones –que, como hemos dicho, bien pueden ser buenas y placenteras.
Cuanto más cuidado se pone en esos encuentros, más recurrente es el oficio del asador. No entramos en la consideración de este sutil arte. No vamos ahora a poner en evidencia el intransigente personalismo que envuelve. No vamos a hacer comentarios sobre el hecho de que sea uno y sólo uno el que es capaz de poner la carne al fuego, esperar, darla vuelta y sacarla en el momento justo. No vamos a decir nada sobre el interesante equilibrio de servicio y orgullo que involucra tan alto y sublime ministerio. Nada sobre el asador; el tema aquí es el encuentro, ergo, el asado.
Efectivamente, el asado nos reúne entre amigos. No es la única circunstancia posible, sino la que queremos considerar. El asado expresa el sabor del encuentro; sí, ya sé, es una frase que se aplica a una bebida y a una marca, que bien puede acompañar al asado –aunque se prefiera con muy buenas razones el vino. Pero es un hecho que el sabor de la carne bien asada plasma, representa, simboliza el gusto por la reunión entre amigos que se ven después de un tiempo. Y el asado nos gusta tanto como el encuentro, o, mejor, corona ese mismo encuentro.
Una vez pasado el encuentro, la memoria se remonta tanto a la justa cocción y al indescriptible sabor compartido como, y no sin nostalgia, a las conversaciones, los recuerdos, las risas, a esas mismas miradas cargadas de vida, a los detalles de las horas compartidas, a las mismas sienes cada vez más brillantes de grandes ideas y de pequeñas realizaciones, a las mismas bromas, a alguna lágrima que el tiempo fue escribiendo, a las manos que dicen ausencias, o silencios, todo eso condensado en ese breve espacio de tiempo, tan intenso, llamado ‘encuentro’.
¿A dónde vamos con todo esto? Pues… No muy lejos. Las diversas ocupaciones evidentemente han ido debilitando el inicial ímpetu de este espacio llamado la vaca. No es que ya estemos pensando en hacer de ella un asado, ¡no! Pero sí nos damos cuenta de que la separación, los distintos quehaceres, le han ido quitando el inicial empuje.
No es tan importante, en el fondo, que sobreviva. Lo importante, en realidad, es el encuentro. Esa nostalgia viva de los amigos dice mucho más que las palabras que puedan o no escribirse. La nostalgia es, en realidad, un tema tremendo. Porque, es verdad, quizás quisiéramos vernos, con los autores, y, ¿por qué no?, también con los lectores. Un asado de por medio, no estaría nada mal. Sería un excelente encuentro, algo mucho más vivo que nuestro agonizante blog.
Y, pasado ello, sin embargo no estaríamos satisfechos. Porque el instante del encuentro, ergo, del asado, es tan profundo que abre una herida. Una herida que, por otra parte, no es para nada amarga. Porque en realidad, como no hay un encuentro que satisfaga todas nuestras expectativas, se ve que estamos llamados a otro Encuentro. Ah, sí, ese sí durará para siempre. Y ya empieza en esta vida; basta descubrirlo, en el claroscuro de la fe, cada domingo, cada día.
El asado tan preparado no es más que un reflejo de otro Encuentro que irá de sorpresa en sorpresa. Allí, a decir verdad, tendremos Quien nos reciba y nos prepare todo de una manera magistral. Quizás el sutil oficio del asador podría hacernos entrever un poco cómo es el gran Anfitrión. Pues bien, ante todo tendríamos que remover cualquier aspecto negativo que podamos observar en nuestros terrenos asadores. Pero eso ya daría tema para otro post. Por ahora, quienes se reúnan a comer en estos días, no miren nuestra (¿sana?) envidia, sino recuérdennos esperando el momento del encuentro, asado de por medio.-