En la
medida que vamos creciendo hay cosas que empiezan a tomar nuevas dimensiones. Las
amistades, por ejemplo, empiezan a calar más hondo. Y los tiempos para
encontrarse empiezan a espaciarse cada vez más. Es un hecho que el dedicarse a
tal o cual ocupación –por placentera o buena que sea– suele sustraer un poco de
tiempo para aquellas otras cosas que nos deleitan particularmente, como el
encuentro con los amigos.
Sin embargo,
los encuentros con los amigos, en la medida en que se vuelven más esporádicos,
son preparados con más cuidado. Del simple mate que podía reunirnos infinitas
tardes, se pasa a pensar qué vamos a comer en cada encuentro. Y qué vamos a beber,
más allá del previo mate. De alguna manera, la nostalgia de las infinitas
tardes permanece y vuelve, pero en un horizonte temporalmente más efímero,
rodeado y acechado por las obligaciones –que, como hemos dicho, bien pueden ser
buenas y placenteras.
Cuanto más
cuidado se pone en esos encuentros, más recurrente es el oficio del asador. No entramos
en la consideración de este sutil arte. No vamos ahora a poner en evidencia el
intransigente personalismo que envuelve. No vamos a hacer comentarios sobre el
hecho de que sea uno y sólo uno el que es capaz de poner la carne al fuego,
esperar, darla vuelta y sacarla en el momento justo. No vamos a decir nada
sobre el interesante equilibrio de servicio y orgullo que involucra tan alto y
sublime ministerio. Nada sobre el asador; el tema aquí es el encuentro, ergo,
el asado.
Efectivamente,
el asado nos reúne entre amigos. No es la única circunstancia posible, sino la
que queremos considerar. El asado expresa el sabor del encuentro; sí, ya sé, es
una frase que se aplica a una bebida y a una marca, que bien puede acompañar al
asado –aunque se prefiera con muy buenas razones el vino. Pero es un hecho que
el sabor de la carne bien asada plasma, representa, simboliza el gusto por la
reunión entre amigos que se ven después de un tiempo. Y el asado nos gusta
tanto como el encuentro, o, mejor, corona ese mismo encuentro.
Una vez
pasado el encuentro, la memoria se remonta tanto a la justa cocción y al indescriptible
sabor compartido como, y no sin nostalgia, a las conversaciones, los recuerdos,
las risas, a esas mismas miradas cargadas de vida, a los detalles de las horas
compartidas, a las mismas sienes cada vez más brillantes de grandes ideas y de
pequeñas realizaciones, a las mismas bromas, a alguna lágrima que el tiempo fue
escribiendo, a las manos que dicen ausencias, o silencios, todo eso condensado
en ese breve espacio de tiempo, tan intenso, llamado ‘encuentro’.
¿A dónde
vamos con todo esto? Pues… No muy lejos. Las diversas ocupaciones evidentemente
han ido debilitando el inicial ímpetu de este espacio llamado la vaca. No es que ya estemos pensando
en hacer de ella un asado, ¡no! Pero sí nos damos cuenta de que la separación,
los distintos quehaceres, le han ido quitando el inicial empuje.
No es tan
importante, en el fondo, que sobreviva. Lo importante, en realidad, es el
encuentro. Esa nostalgia viva de los amigos dice mucho más que las palabras que
puedan o no escribirse. La nostalgia es, en realidad, un tema tremendo. Porque,
es verdad, quizás quisiéramos vernos, con los autores, y, ¿por qué no?, también
con los lectores. Un asado de por medio, no estaría nada mal. Sería un excelente
encuentro, algo mucho más vivo que nuestro agonizante blog.
Y, pasado
ello, sin embargo no estaríamos satisfechos. Porque el instante del encuentro,
ergo, del asado, es tan profundo que abre una herida. Una herida que, por otra
parte, no es para nada amarga. Porque en realidad, como no hay un encuentro que
satisfaga todas nuestras expectativas, se ve que estamos llamados a otro
Encuentro. Ah, sí, ese sí durará para siempre. Y ya empieza en esta vida; basta
descubrirlo, en el claroscuro de la fe, cada domingo, cada día.
El asado
tan preparado no es más que un reflejo de otro Encuentro que irá de sorpresa en
sorpresa. Allí, a decir verdad, tendremos Quien nos reciba y nos prepare todo
de una manera magistral. Quizás el sutil oficio del asador podría hacernos
entrever un poco cómo es el gran Anfitrión. Pues bien, ante todo tendríamos que
remover cualquier aspecto negativo que podamos observar en nuestros terrenos
asadores. Pero eso ya daría tema para otro post. Por ahora, quienes se reúnan a
comer en estos días, no miren nuestra (¿sana?) envidia, sino recuérdennos
esperando el momento del encuentro, asado de por medio.-