lunes, 5 de octubre de 2009

Los finales de Hollywood

Los niños son inocentes y aman la justicia.

La mayoría de nosotros, por otra parte, somos malvados, y preferimos la misericordia.

(Sobre dioses domésticos y duendes, G. K. Chesterton)

Algo que detesto de las películas norteamericanas es el famoso final feliz. La vida no es así. No es verdad que los buenos triunfen siempre y que el más humilde de todos se quede con la chica más linda. No es verdad que todo tenga que resolverse siempre de la manera más mágica para llegar a la última pantalla feliz.

¿Por qué falsear la vida? ¿no es mejor la realidad? ¿y no es mejor la realidad a pesar de todas sus dificultades? ¿a quién le importa una historia que sólo puede darse en las películas?

Yo me quedo con la realidad. Aunque debo confesar que el hecho es misterioso. El misterio se encuentra en que, aunque a mi no me gusten algunos finales insostenibles, a nadie le gustan los finales infelices. Nadie quiere que a los buenos les vaya mal; ni que el malo se case con la linda. De algún modo necesitamos el happy end.

¿No es un gran misterio que todos nos inclinemos sin ningún esfuerzo por los buenos? ¿Qué si el director quiera inclinarnos contra alguien baste con mostrárnoslo como alguien injusto y sombrío? ¿No es un misterio que absolutamente NADIE hinche por los malos?

Quizá esto se deba a algún origen común, quizá se deba a que todos descendemos de una tierra donde sólo existen los finales felices o que los malos no triunfan nunca y que cuando venimos a la tierra conservamos la nostalgia de todo aquello. Quien sabe.

Este misterio se hace más profundo en los niños. Una obra para niños con final triste y terrible va condenada al fracaso. Los niños solo quieren finales felices, y no les importa que el final sea insostenible. El príncipe debe casarse con la princesa. Los malos deben ir a la cárcel. Debe haber justicia. Y si para eso es necesario violar todas las leyes de la física y de la materia no importa. Los buenos deben triunfar aunque pierda Newton.

Quizá los niños no soportan que los malos triunfen porque están todavía más cerca del origen. Quizá todavía no han tenido suficiente contacto con la realidad como para aceptar que también pueda haber finales tristes. Quizá todavía pretenden que la realidad es algo salido de las manos de un gran mago que ha encantado el mundo y ha escondido en él un secreto que todos debemos buscar y descubrir. Y quizá por eso todavía lo busquen en las películas.

Quizá es porque todavía no han hecho la suficiente experiencia de que la realidad no es así como en las películas; que los buenos no sólo no triunfan sino que muchas veces pasan por tontos; y que los finales felices sólo existen para unos pocos.

Quizá es así porque no han crecido lo suficiente…

Pero quizá no sea, como tendemos a creer, que los niños todavía no se han desencantado del mundo, sino que en ellos todavía permanece nuestra primitiva imagen, todavía no gastada por el peso de los años. Quizá somos nosotros lo que hemos perdido la inocencia original. Quizá ellos sean el reflejo del hombre verdadero que no puede renunciar a los finales felices.

A pesar de que todos hemos crecido y envejecido, sin embargo, también es verdad que nunca hemos dejado de ser niños. Tampoco nosotros hemos abandonado aquella nostalgia de que los finales felices sean la última verdad. Todavía conservamos en el fondo del corazón un deseo irrenunciable de que sean los buenos los que triunfan, al menos al final de la Película.

Y por eso, aunque tengamos esta añoranza muy cubierta por el polvo de los años que nos han envejecido, ésta nunca deja de vivir en la profundidad de nuestro yo. Y entonces, aunque viva disimulada y silenciada por el peso de la rutina, aflora cuando nos sentamos a ver una película. Quizá, es entonces cuando más nos acercamos a nuestro origen y recordamos quienes somos.

La demostración de que algo así existe es que una industria tan desalmada como Hollywood hace siempre películas con finales felices, por la sencilla razón de que son las que más venden. Los ejecutivos son personas envejecidas, pero que saben qué es lo que vende. Qué es lo que las personas quieren ver.

Es verdad que los finales de Hollywood no me gustan porque no reflejan la realidad. Es verdad que no es común que los buenos triunfen y que el bueno y lindo se case con la fea.

Pero quizá esto sólo sea el principio de la película. Quizá la realidad que nosotros alcanzamos a ver con nuestros ojos sólo sea una escena triste de una Pelicula mayor que termina con un final feliz. Quizá los niños tengan razón y los finales tristes no existen porque en realidad no son finales. Todavía falta mucha cinta que correr…

Si esto fuera así entonces quizá el Mago que ellos buscan exista de verdad; quizá el mundo fue pensado para terminar en un final feliz… y por eso los hombres, actores protágonicos de este drama que parece no terminar nunca, no podemos renunciar a buscar al Héroe que nos venga a liberar.

Quizá este héroe ya ha venido al mundo. Quizá lo hayan matado en una cruz para salvar a su rápida noviecita (Os 2).

Si así es, todavía no termina la historia… todavía falta la segunda parte. Sólo que a diferencia de lo que nos enchufa Hollywood, esta va a ser mucho mejor que la primera.


 

jueves, 1 de octubre de 2009

El instrumento

Dios me ha dado muchas habilidades, y otras tantas no me ha dado. De las primeras podría enumerar la capacidad de…, o la facultad de…, o la pericia para… Bueno, alguna debe haber, sólo que está muy muy escondida. De lo que sí estoy seguro es que la habilidad artística no está en mi lista, como ya he dicho otra vez. Pero, a pesar de mi falta de aptitudes para el arte, no me dejo vencer por ello y sigo insistiendo, para el deleite mío y el sufrimiento de otros.
Hoy quiero referirme a mis condiciones vocales. La música me encanta y disfruto enormemente de ella, pero no tengo una gran voz. Igualmente, esto no me impide cantar. Mi voz es mi instrumento, un instrumento medio defectuoso, pero instrumento al fin.
La cosa no termina allí, porque no sólo me animo a cantar, sino que además formo parte de un coro. Sí, ¡un coro! Como diría cierto periodista, ¡qué país generoso! Lo que me consuela es que dentro de este coro están las voces “estelares” y las voces del montón, que, gracias a Dios, somos varios. Lo cual hace que no seamos el Coro de niños cantores del Tirol, ni el coro de Fundación “Cathedrarius”, pero nos defendemos un poco.
Contra todos los pronósticos, a veces, y sólo a veces, salen cosas perfectas. Sólo aquellas veces que afinamos y seguimos lo que nos va marcando el director, quien no se cansa nunca, pero nunca, de corregirnos. Con sus manos va marcando el ritmo, el volumen de voz que tenemos que llevar para darle una belleza única a cada melodía, e incluso nos va indicando qué canción hemos de seguir. Así, habrá estrofas que iremos más rápido y otras que iremos más lento; habrá momentos que cantaremos más fuerte y otros que cantaremos suavemente. Todo nos llega a través de sus manos.
Cada vez que seguimos lo que el director nos va marcando con sus manos salen canciones admirables, y cantamos juntos como un solo instrumento. Literalmente, nos ponemos en sus manos.

En una ocasión mientras cantábamos, una imagen vino a mi mente: Dios como director de nuestras vidas. Así como seguir las indicaciones del director del coro es garantía de una buena performance, seguir los caminos de Dios es garantía cierta de que nuestra vida saldrá bien. Nuestro instrumento puede ser imperfecto, humano, pero Dios saca buenas notas de él. ¿Acaso no escribe derecho en pentagramas torcidos? Dios quiere guiar nuestra vida, nosotros simplemente tenemos que seguir aquel camino que Él nos indica. Habrá momentos más complicados y momentos más simples, momentos que requerirán grandes esfuerzos nuestros y momentos que nos abandonaremos totalmente en sus manos.
“Cantar la melodía de Dios” hará que crezcamos como personas, que avancemos por sus caminos. Para que podamos crecer como “coro”, tenemos que “cantar” todos en conjunto, siguiendo lo que el Director nos revele, para poder armonizar esta sociedad que tan desafinada está.

San Agustín nos enseña cómo hemos de cantar a Dios: “No te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.
El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos”. (Salmo 32, sermón 1, 7-8)

El viernes pasado ensayamos una canción “Jubiláte Deo, cantáte Domino” (= Aclamen a Dios, canten al Señor). Es a tres voces, que luego de algunas repeticiones y algunos retos del director, salió. Por lo pronto, espero poder afinar algún día mis condiciones musicales para poder dar mayor gloria a Dios con ellas, pero más espero poder dar gloria a Dios con mis acciones siguiendo el ritmo que Él me va marcando, poniéndome en sus manos. Para poder cantar al Señor con júbilo, para poder aclamar a Dios. Para poder ser un instrumento dócil en las manos del Padre.