martes, 21 de octubre de 2008

Tengo que escribir

Tengo que sentarme, vengo pensando desde hace varios días; sí, tengo que sentarme a escribir, subrayando el tengo. Porque el escribir, en verdad, queda al lado de lavar las camisas, limpiar el dormitorio, leer tal cosa, estudiar tal otra, comprar algo para comer esta noche. Tengo que… todas esas cosas.
Ahora miro el escritorio, que es una especie de caos, donde el celular, los anteojos, alguna imagen de la Virgen María, el encendedor, un par de discos y un sobrecito de azúcar se disputan el centro de la escena. Pero no puedo ordenarlo. Tengo que escribir.
Pero, ¿por qué tengo que escribir? Resulta ser que me comprometí a hacerlo hace como un mes, y hoy se cumple la fecha fijada. Una vez se puede fallar, dos no. Tengo que escribir.
Tengo que escribir, encima, sobre tema libre. Claro que tendría que ser algo cotidiano, cuya excelencia se nos escape, justamente, por frecuentarlo. Y podría ser presente o pasado. Hablar de lo cotidiano del futuro digamos que es, al menos, temerario.
El tema sobre el voy a escribir es este misterioso modo de obrar que nos envuelve a los mortales de ‘tener que’ hacer algo. Claro, porque estamos llenos de cosas para hacer y nunca acabamos de hacerlas. Ahora se me está terminando la yerba; ‘tengo que’ comprar yerba.
Las motivaciones de cada uno de estos ‘deberes’, por llamarlos de algún modo, son diversos. Así, mantener el orden del escritorio es, en buena medida, funcional; estudiar es fundamental; lavar las camisas es, por decir así, conveniente; escribir es un imperativo moral por haberme comprometido; comprar yerba mate es cuestión de vida o muerte.
Así pues, si debiera ordenar todo lo que tengo que hacer, lo último sería estudiar, porque sin el escritorio ordenado, no puedo; lavar las camisas está antes; escribir, tengo que hacerlo; y la yerba es de primera necesidad, sin ella no vivo. Lo paradójico es que aquello que es fundamental, según la descripción que hice, quedó relegado al último lugar.
Si yo tuviera todo en orden, la ropa limpia, todo hecho, me sentaría a estudiar sin preocuparme de nada, y apuntaría a lo fundamental. Pero es el caso, y es lo más cotidiano que he vivido desde hace casi diez años, que siempre que me quiero sentar a estudiar está todo lo otro mal y esperando que yo me ocupe de ello. A veces he superado el deseo de atender esas otras cosas, aún de ir a comprar la vital yerba, y me he entregado a lo fundamental, aquello de lo que estoy más necesitado, que es el estudio; pero el resultado ha sido nefasto, porque si no me encargo yo, nadie va ordenarme el cuarto y, menos, lavarme las camisas.
En esta encrucijada, donde dos opciones y sólo dos se me presentan, éstas son, lo fundamental y lo funcional-vital, he optado las más de las veces por la segunda, haciendo exclusión de la primera. Pero, sabiendo que dejo de hacer lo más importante por hacer lo menos, acabo haciendo esto último también mal y, por lo tanto, cuando me siento a estudiar están las otras cosas hechas a medias: en el escritorio, recién lustrado, siguen disputándose el centro de la escena las mismas cosas; no fui a comprar yerba y las camisas me las olvidé en jabón. Lo peor de todo es que al ponerme frente a frente con el Creador, si es que logro olvidar por un momento cómo en el balde la ropa va perdiendo el color, no tengo más que presentarle… otro fracaso, otro día a medias, otra muestra de mediocridad, otra vez sin haber hecho lo que tenía que hacer.
Sin embargo, esa misma Mirada a la que no puedo entregarle nada, me da la tranquilidad de valorar cualquier esfuerzo, si es hecho rectamente; pero más aún me promete un mañana, donde tendré una nueva oportunidad de hacer lo que tengo que hacer, empezando de nuevo. Y más que guiarme por ese ‘tengo que’, prefiere, como por un tiro por elevación, superar los requerimientos de las diversas cosas, ponerme en un punto de vista superior y desde arriba volver a ver mi vida para ordenarla, de acuerdo a su Sabiduría y a su Bondad. Sólo así puedo (o podré) vivir más allá de un pesado ‘tengo que’, sin suprimir el contenido de ese deber sino superándolo en el orden de la confianza y del filial amor. Y, aunque se puede escribir mucho más sobre el ‘tener que’, dimensión que inunda esta vida mortal, valga esto que he ‘tenido que’ escribir como breve, concisa e introspectiva introducción.