martes, 29 de junio de 2010

Celebrar la diversidad

Celebrar la diversidad. Qué cosa más curiosa, no? Que bárbaro. Un hermano Mayor en la Fe, un hijo de Abraham, un Pastor que conduce a su pequeño rebaño nos invita a celebrar que somos diferentes: a pasar del tolerarnos al aceptarnos, para después festejarnos. Qué cosa más notable y más simpática es que lo haya oído y, en cierta manera “descubierto” en un retiro, en mi retiro de pre-ordenación.

Uno sabe de sobra, y basta mirar al resto y pensar –y a veces hasta decirlo con alivio- “qué bueno que no hay dos iguales”, “qué bueno que soy único, diferente”. Aquí está la magia. Uno sabe de sobra y hasta en la misma naturaleza que las cosas no son iguales: no es lo mismo una zalea que una alegría del hogar, no es lo mismo un cedro que un pino, un peludo que una mulita, aunque a veces se parezcan. NO SOMOS IGUALES.

Así tampoco somos, como a más de uno le gusta decir, masa. Somos individuos y bien diversos, con sus propiedades, virtudes, defectos, con sus roles bien definidos, con un plan y una vocación pensada desde siempre para cada uno de nosotros.

Celebrar la diversidad. Celebrar que somos distintos, que el otro puede pensar diferente que yo, que otro pueda tener diferentes gustos: que sería de la humanidad si a todos nos gustara la opera, o el reagge... Mamma mia. Diversidad y reconciliación: deber y derecho de todos para todos. A no tener miedo a los otros, que no es el infierno, como solía creer y decir un famoso francés angustiado.

Así Dios nos eligió: diferente, para que seamos hijos suyos y que seamos pero diferentes pero con un centro común: Jesucristo. ¡qué linda es la diversidad! Somos una gran Arca de Noé, pero vamos todos adentro; viajemos juntos antes de que se largue a llover. Hay lugar para todos!

miércoles, 26 de mayo de 2010

La negación del gato.

Leyendo una publicación en Facebook, me encuentro con un artículo que sacó el diario clarín, acerca de un tema tan viejo como el mismo hombre: el dilema del mal, y el papel que Dios juega en este dilema. Dilema que nunca se ha respondido de forma que la respuesta conforme a todos. Aun así, mucha gente se pregunta ¿por qué? ¿Por qué tanto mal? ¿Por qué tanto dolor? ¿ por qué tanto sufrimiento inocente?

Ante tanta ira contenida y con la urgente necesidad de respuesta, echamos mano a la solución más inmediata que podemos concebir: o Dios no existe, y nada tiene control más que el de la propia naturaleza; o ese ser supremo es una mente perversa y sádica que goza con la desgracia de su creación.

Ciertamente las leyes de la naturaleza poseen una dinámica interna bien calibrada, y cuando se descalibra, te para factura. Ese equilibrio tuvo que ser calibrado por Alguien: nada hay tan, pero tan ordenado en la naturaleza que no haya necesitado de algo (o Alguien) para ser, y ser armónico. Nada hay tan bello y bueno que no haya sido pensado por Alguien.

Es cierto que sería necio el negar que el mundo, la Creación sufrió paulatinamente cambios hasta llega a ser lo que es. Pero o es cierto que todo siga el frio y mecánico devenir e la física y la química. Aquel por el cual somos, nos movemos y existimos gobierna todo con su providencia y en su providencia, en la que vivimos. Pero Dios le dio al hombre la responsabilidad y el honor de cuidar y hacer producir la tierra y todo lo creado. ¿Qué hicimos? Que fácil delegar responsabilidades cuando no hacemos lo que nos toca. ¿Cambios climáticos? ¿Inundaciones? ¿Tormentas? ¿Culpa de Dios que izo todo bien? ¿O nuestra, que hacemos las cosas mal y destruimos lo que nos fue dado? Pero ante esto… ¿Qué decimos?: Dios es una mentira, un fraude, algo irreal que no existe.

Esta nota intenta ser respuesta a un desafío que se plantea sobre la palestra. Quizás no seré digno de desafiar, pero hasta un mal tirador se dignifica si acepta su duelo. Este es el duelo: reconocer un hecho, algo real, sin deslindar en otro lo que a cada uno le corresponde.

A los maestros modernos de la ciencia se les inculcaba la necesidad de comenzar toda investigación, todo discurso, con un hecho. Los antiguos maestros de la religión también veían la misma necesidad. Ellos comenzaban con, por ejemplo, el hecho del pecado (algo tan real y práctico como las papas, como dice nuestro amigo Gilberto). Por ejemplo, si el hombre podía bañarse o no en aguas milagrosas, es cosa de uno. Pero algunos niegan, no el agua altamente discutible, sino negar la indiscutible suciedad; afirman en su escrupulosa “espiritualidad” que admiten la divinidad y la impecabilidad, que ni siquiera pueden ver en sus sueños, pero niegan el pecado humano, que puede ver a cada rato en las calles y sus consecuencias.

Los santos más grandes y también los escépticos más duros tomaron el mal real como punto de partida de sus argumentos, y lo vemos en cada artículo a diario: vemos aberraciones humanas y culpamos a Dios por haber hecho al hombre libre y con capacidad de elegir por medio de sus actos, de elegirlo a El o no. Y sin embargo nos quejamos, o más fácil aun: negamos todo. Pero si es verdad, como dice Chesterton (y creo que lo es ciertamente) que un hombre puede sentir un gusto exquisito al despellejar un gato (algo repugnante y desagradable que muestra lo trastocado de los gustos e inclinaciones del hombre), entonces podemos sacar dos conclusiones: o bien negar la existencia de Dios, como hacen los ateos en vez de ver la propia miseria y el propio desorden, o bien debemos negar la unión presente entre Dios y el hombre, afirmada por los cristianos. Los nuevos “intelectuales populares” (que opinan porque el aire es libre), parecen pensar una solución mucho mas racionalista y simple, y niegan al gato.

Dios existe muchachos, y tiene un plan para nosotros, creamos en El y creámosle a El, que es el único que no nos miente. Y no seamos tan tajantes en nuestras sentencias, sin detenernos a contemplar, más allá de lo que nuestros ojos pueden ver. Porque el necio afirma, pero el sabio mira y reflexiona. Creer y discernir, porque, en definitiva, el hombre que no cree en Dios, que dice que no cree en nada, termina creyéndoselo todo.