jueves, 1 de octubre de 2009

El instrumento

Dios me ha dado muchas habilidades, y otras tantas no me ha dado. De las primeras podría enumerar la capacidad de…, o la facultad de…, o la pericia para… Bueno, alguna debe haber, sólo que está muy muy escondida. De lo que sí estoy seguro es que la habilidad artística no está en mi lista, como ya he dicho otra vez. Pero, a pesar de mi falta de aptitudes para el arte, no me dejo vencer por ello y sigo insistiendo, para el deleite mío y el sufrimiento de otros.
Hoy quiero referirme a mis condiciones vocales. La música me encanta y disfruto enormemente de ella, pero no tengo una gran voz. Igualmente, esto no me impide cantar. Mi voz es mi instrumento, un instrumento medio defectuoso, pero instrumento al fin.
La cosa no termina allí, porque no sólo me animo a cantar, sino que además formo parte de un coro. Sí, ¡un coro! Como diría cierto periodista, ¡qué país generoso! Lo que me consuela es que dentro de este coro están las voces “estelares” y las voces del montón, que, gracias a Dios, somos varios. Lo cual hace que no seamos el Coro de niños cantores del Tirol, ni el coro de Fundación “Cathedrarius”, pero nos defendemos un poco.
Contra todos los pronósticos, a veces, y sólo a veces, salen cosas perfectas. Sólo aquellas veces que afinamos y seguimos lo que nos va marcando el director, quien no se cansa nunca, pero nunca, de corregirnos. Con sus manos va marcando el ritmo, el volumen de voz que tenemos que llevar para darle una belleza única a cada melodía, e incluso nos va indicando qué canción hemos de seguir. Así, habrá estrofas que iremos más rápido y otras que iremos más lento; habrá momentos que cantaremos más fuerte y otros que cantaremos suavemente. Todo nos llega a través de sus manos.
Cada vez que seguimos lo que el director nos va marcando con sus manos salen canciones admirables, y cantamos juntos como un solo instrumento. Literalmente, nos ponemos en sus manos.

En una ocasión mientras cantábamos, una imagen vino a mi mente: Dios como director de nuestras vidas. Así como seguir las indicaciones del director del coro es garantía de una buena performance, seguir los caminos de Dios es garantía cierta de que nuestra vida saldrá bien. Nuestro instrumento puede ser imperfecto, humano, pero Dios saca buenas notas de él. ¿Acaso no escribe derecho en pentagramas torcidos? Dios quiere guiar nuestra vida, nosotros simplemente tenemos que seguir aquel camino que Él nos indica. Habrá momentos más complicados y momentos más simples, momentos que requerirán grandes esfuerzos nuestros y momentos que nos abandonaremos totalmente en sus manos.
“Cantar la melodía de Dios” hará que crezcamos como personas, que avancemos por sus caminos. Para que podamos crecer como “coro”, tenemos que “cantar” todos en conjunto, siguiendo lo que el Director nos revele, para poder armonizar esta sociedad que tan desafinada está.

San Agustín nos enseña cómo hemos de cantar a Dios: “No te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.
El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos”. (Salmo 32, sermón 1, 7-8)

El viernes pasado ensayamos una canción “Jubiláte Deo, cantáte Domino” (= Aclamen a Dios, canten al Señor). Es a tres voces, que luego de algunas repeticiones y algunos retos del director, salió. Por lo pronto, espero poder afinar algún día mis condiciones musicales para poder dar mayor gloria a Dios con ellas, pero más espero poder dar gloria a Dios con mis acciones siguiendo el ritmo que Él me va marcando, poniéndome en sus manos. Para poder cantar al Señor con júbilo, para poder aclamar a Dios. Para poder ser un instrumento dócil en las manos del Padre.

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